Salió a la calle, necesitaba huir, alejarse, de su lugar, de su casa, de todo lo que le era familiar y guardaba alguna relación con ella. Se subió en el primer tren que pasó, le daba igual hacia donde se dirijiera y, se bajó una vez le pareció que estaba lo suficientemente lejos de su casa.
Tenía miedo, miedo a lo que pensaran de ella y a lo que le hacían creer que era, un monstruo.
Tenía miedo de sí misma y de la gente que la rodeaba, le gustaba estar sola, libre, sin ataduras pero, tenía miedo a sentirse sola.
Corrió, corrió a lo largo del camino que se dibujaba en el suelo entre árboles, hierba y tierra. Tenía frío, aunque no era un frío cualquiera pues estaba en pleno verano, eran más bien oleadas de aire, escalofríos que le llegaban como a calambrazos y la recorrían el cuerpo de arriba a abajo.
Sentía el miedo, el miedo que se le metía en las entrañas pero, ¿miedo a qué? se preguntaba. A la soledad quizás, se decía. No lo sabía exactamente, en verdad, eran tantas cosas las que le aterraban que hacía tiempo ya que había perdido la cuenta, y su corazón había dejado de responder a razones. Intentaba convencerse a si misma de que todo aquello a lo que temía eran tan solo fruto de su imaginación, de que sus miedos nunca se cumplirían pero, ella sabía que no era así y nunca se sonaba lo suficientemente convincente como para dejar de temer a todo eso.
Ella sabía que tarde o temprano acabaría sola, que todos sus supuestos amigos la dejarían de lado , que los amigos que lo eran de verdad acabarían por asquearla y odiarla, y que debido a todo lo que hacía mal haría daño a la gente que la rodeaba y arropaba diariamente, a esos que decían quererla y a los que, ella realmente estimaba mucho. Solo el pensar en eso la hacía ponerse a llorar, no lo gustaba ver a sus seres queridos sufrir y, menos aún por su culpa.
Entró en un local llamado la sala del grito o del relax para desahogarse, eligió una habitación rodeada de espejos como las de las bailarinas, se miró y se gritó. Se odiaba a sí misma, se tenía miedo y no la gustaba como era.
Observó cómo las lágrimas salían cada vez más deprisa y con mayor cantidad de sus diminutos ojos, y cómo su largo y rubio cabello le bajaba alborotado por los hombros. Decidió cogérselo en una coleta, suelto le molestaba y, así estaba mucho más cómoda. Una vez se lo hubo recogido pudo verse mejor la cara "vaya asco" pensó. Odiaba su pelo, vale, sí, el pelo no era precisamente lo más odioso de su ser pero, no le gustaba, le impedía ver con claridad aquel mundo de mierda que, al parecer, se había puesto en su contra. Volvió a mirarse al espejo y puso una expresión de asco hacia ella misma, hacia su persona. Lloró, no se gustaba a sí misma y, estaba segura de que tampoco les gustaba al resto, estaba harta, de sufrir y verse sufrir a sí misma, se daba pena.
Observó fijamente la figura que el espejo mostraba frente a ella con su reflejo y se dijo"hasta aquí hemos llegado" "esto no puede seguir así" "se acabó el sufrir por los demás". Las lágrimas terminaron de brotar y por un momento se sintió aliviada, aunque, este fuera mínimo.
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