La lluvia resonaba contra el cristal mientras ella, como de costumbre miraba el móvil con recelo esperando algún mensaje. De alguien, de quien fuera. Nunca llegaba nada. Sus padres creían que le tenía mucho vicio al móvil, lo que no sabían era que ella no hablaba con nadie si no escribía. Escribía sobre lo que en aquellos momentos se le pasaba por la cabeza, cualquier cosa: la soledad, el sufrimiento, la alegría, el dolor.. Escribía para dejar plasmado lo que sentía y el como se sentía en alguna parte, para desahogarse y no retenerlo todo para si. Pero eso no era suficiente, ella se sentía sola. Sentía que, cada vez más a menudo, sus amigos o supuestos amigos pasaban de ella, que ya nadie la entendía, que todo su sacrificio nunca servía de nada. Sentía que los días cada vez eran más cortos y las noches llorándole a la almohada más largas, que su luz poco a poco se le apagaba y que nunca volvería a ser tan feliz como cuando era pequeña, que su cuerpo no podía soportar tanto dolor. Practicar deporte ya no le era suficiente para calmarse y las sonrisas cada vez eran más forzadas. Sus notas bajaban y ella no sabía que hacer para pararlo todo. El tiempo pasaba y ella seguía viviendo lo mismo. Para ella los días y las noches no pasaban, se le repetían. Todo era igual, nada cambiaba. Los días se le repetían y el sufrimiento continuaba.
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